lunes, 30 de enero de 2017

Rescatamos una carta del Papa San Juan Pablo II a San Juan Bosco

querido hijo, salud y bendición apostólica:
1La querida Sociedad Salesiana se dispone a recordar con oportunas iniciativas el primer centenario de la muerte de San Juan Bosco, padre y maestro de los jóvenes. Quiero aprovechar tal ocasión para reflexionar una vez más sobre el problema de los jóvenes, considerando las responsabilidades que tiene la Iglesia en su preparación de cara al mañana.
Pues la Iglesia ama incesantemente a los jóvenes: siempre, y sobre todo en este período cercano al año dos mil, se siente interpelada por su Señor a mirarlos con especial amor y esperanza, viendo su educación como una de sus primeras responsabilidades pastorales.
El Concilio Vaticano II afirmó con clara visión que "el género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia" [1], y reconoció que han surgido iniciativas "para promover más y más la obra de la educación" [2]. En una época de transición cultural, la Iglesia advierte preocupada, en el sector de la educación, la necesidad urgente de superar el drama de la profunda ruptura entre el Evangelio y una cultura [3] que subestima y margina el mensaje salvífico de Cristo.
En la alocución pronunciada ante los miembros de la UNESCO tuve la oportunidad de afirmar: "No hay duda de que el hecho cultural primero y fundamental es el hombre espiritualmente maduro, es decir, el hombre plenamente educado, el hombre capaz de educarse a sí mismo y de educar a los otros" [4]; y subrayé cierta tendencia a "un desplazamiento unilateral hacia la instrucción", con las consiguientes manipulaciones que pueden llevar a "una verdadera alienación de la educación" [5]. Recordé, pues, que "la tarea primaria y esencial de la cultura en general, e incluso de cada cultura en particular, es la educación. Ésta consiste en lograr que el hombre sea cada vez más hombre, que pueda 'ser' más, y no sólo que pueda 'tener' más; que, consiguientemente, por medio de cuanto 'tiene' y 'posee', sepa 'ser' cada vez más hombre" [6].
En mis numerosas citas con los jóvenes de los diversos continentes, en los mensajes que les he dirigido y particularmente en la Carta que en 1985 escribí "a los jóvenes y a las jóvenes del mundo", he manifestado mi profunda convicción de que la Iglesia camina y debe caminar con ellos [7].
Deseo aquí insistir en las mismas ideas, con motivo de las celebraciones centenarias del nacimiento para el cielo de un gran hijo de la Iglesia: el Santo educador Juan Bosco, al que mi predecesor Pío XI no vaciló en definir "educator princeps" [8].
Tan fausto aniversario me da la oportunidad de un grato coloquio no sólo con usted, con sus hermanos en religión y con todos los miembros de la familia salesiana, sino también con los jóvenes —destinatarios de la educación—, con los educadores cristianos y con los padres de familia, llamados a ejercer tan noble ministerio humano y eclesial.
Me es igualmente grato destacar que esta "memoria" del Santo tiene lugar en el "Año Mariano" que orienta nuestra reflexión hacia "la que creyó": en el sí generoso de su fe descubrimos el manantial fecundo de su labor educadora [9], primeramente como Madre de Jesús, y después como Madre de la Iglesia y Auxiliadora de todos los cristianos.
I. San Juan Bosco, amigo de los jóvenes
2Juan Bosco murió en Turín, el 31 de enero de 1888. Durante sus casi 73 años de vida fue testigo de profundos y complejos cambios políticos, sociales y culturales: movimientos revolucionarios, guerras y éxodo de la población rural hacia la ciudad; son factores que influyeron en las condiciones de vida de la gente, sobre todo de los ámbitos más pobres. Hacinados en los alrededores urbanos, los pobres en general, y los jóvenes en particular, son objeto de explotación o víctimas del desempleo: durante su desarrollo humano, moral, religioso y profesional, se los sigue de manera insuficiente y muchas veces ni se les presta ningún género de atención. Sensibles a toda clase de cambios, los jóvenes viven con frecuencia inseguros y desorientados. Ante esta masa desarraigada, la educación tradicional no sabe qué hacer: por diversas razones, filántropos, educadores y eclesiásticos tratan de remediar las nuevas necesidades. Entre ellos sobresale, en Turín, Don Bosco por su clara inspiración cristiana, por su resuelta iniciativa y por la difusión rápida y amplia de su obra.
3Juan Bosco se daba cuenta de que habla recibido una vocación especial y de que estaba asistido y como guiado directamente, en el cumplimiento de su misión, por el Señor y por la intervención materna de la Virgen María. Su respuesta fue tal, que la Iglesia lo ha propuesto oficialmente a los fieles como modelo de santidad. Cuando en la Pascua de 1934, al clausurar el Jubileo de la Redención, mi predecesor de inmortal memoria, Pío XI, lo incluía en el catálogo de los Santos, le tejió un elogio inolvidable.
Juanito, huérfano de padre en tierna edad, educado con profunda intuición humana y cristiana por su madre, recibe de la Providencia dones que lo hacen, desde sus primeros años, el amigo generoso y emprendedor de sus coetáneos. Su juventud presagia una misión educadora extraordinaria. De sacerdote, en un Turín que crece con fuerza, se pone en contacto directo con los jóvenes de las cárceles y con otras situaciones humanas dramáticas.
Dotado de una feliz intuición de la realidad y atento conocedor de la historia de la Iglesia, descubre en la enseñanza de tales situaciones y en la experiencia de otros apóstoles, —sobre todo San Felipe Neri y San Carlos Borromeo— la fórmula del "oratorio". Tal nombre le es singularmente querido: el oratorio va a caracterizar toda su obra; pero lo modela según una original perspectiva personal, adecuada al ambiente, a sus jóvenes y a cuanto necesitan. Como principal protector y modelo de sus colaboradores elige a San Francisco de Sales, el Santo del celo multiforme y de la bondad afable, demostrada sobre todo en la dulzura de trato.
4. La "obra de los oratorios" comienza en 1841 con una "sencilla catequesis" y se extiende progresivamente, para responder a situaciones y necesidades urgentes: residencia para alojar a quien no tiene casa, taller y escuela de artes y oficios para enseñar una profesión y capacitar para ganarse honradamente la vida, escuela humanística abierta al ideal vocacional, buena prensa, iniciativas y métodos recreativos propios de la época: teatro, banda de música, canto, excursiones...
La expresión: "me basta que seáis jóvenes para que os quiera con toda mi alma" [10] resume el sentir, y, más aún, la opción educadora fundamental del Santo: "Tengo prometido a Dios que incluso mi último aliento será para mis pobres jóvenes" [11]. Y, en verdad, por ellos desarrolla una actividad impresionante con la palabra, los escritos, las instituciones, los viajes y los contactos con personalidades civiles y religiosas; por ellos, sobre todo, demuestra una atención solícita a sus personas, para que en su amor de padre los jóvenes puedan ver el signo de otro amor más excelso.
El dinamismo de su amor se hace universal, y lo impulsa a escuchar la voz de naciones lejanas —hasta las misiones de allende el océano—, y realizar una evangelización que nunca está separada de una auténtica labor de promoción humana.
Según los mismos criterios y con idéntico espíritu, procura hallar también solución para los problemas de la juventud femenina. El Señor suscita a su lado una cofundadora: Santa María Dominica Mazzarello con un grupo de jóvenes compañeras ya dedicadas, en el ámbito de su parroquia, a la formación cristiana de las muchachas. Su actitud pedagógica arrastra a otros colaboradores: hombres y mujeres "consagrados" con votos estables, "cooperadores", que tienen los mismos ideales pedagógicos y apostólicos, e implica a sus "antiguos alumnos", a quienes insta a testimoniar y promover la educación que han recibido.
5Tal espíritu de iniciativa es fruto de una interioridad profunda. Su talla de santo lo pone, con originalidad, entre los grandes fundadores de institutos religiosos en la Iglesia. Brilla por muchos aspectos: inicia una verdadera escuela de nueva y atrayente espiritualidad apostólica; promueve una devoción especial a María, Auxiliadora de los cristianos y Madre de la Iglesia: da testimonio de un leal y valiente sentido eclesial, demostrado en delicadas mediaciones en las entonces difíciles relaciones entre la Iglesia y el Estado; es apóstol realista y práctico, abierto a las aportaciones de los nuevos descubrimientos; es organizador celoso de misiones, con sensibilidad verdaderamente católica; es, de modo conspicuo, ejemplo de un amor de predilección a los jóvenes, en particular a los más necesitados, para bien de la Iglesia y de la sociedad; es maestro de una eficaz y genial praxis pedagógica, legada cual don preciado que hay que custodiar y desarrollar.
En esta Carta quiero considerar, sobre todo, que Don Bosco realiza su santidad personal en la educación, vivida con celo y corazón apostólico, y que simultáneamente sabe proponerla como meta concreta de su pedagogía. Precisamente tal intercambio entre educación y santidad es un aspecto característico de su figura: es educador santo, se inspira en un modelo santo —Francisco de Sales— es discípulo de un maestro espiritual santo —José Cafasso— y entre sus jóvenes sabe formar un alumno santo: Domingo Savio.
II. Mensaje profético de San Juan Bosco educador
6. La situación juvenil del mundo actual —al siglo de la muerte del Santo— es muy distinta y, como saben educadores y Pastores, presenta condiciones y aspectos multiformes. Sin embargo, también hoy perduran los mismos interrogantes que el sacerdote Juan Bosco meditaba desde el principio de su ministerio, deseoso de entender y decidido a actuar: ¿Quiénes son los jóvenes, qué desean, hacia dónde van, qué es lo que necesitan? Entonces como hoy son preguntas difíciles, pero ineludibles, que todo educador debe afrontar.
No faltan hoy día, entre los jóvenes de todo el mundo, grupos auténticamente sensibles a los valores del espíritu, deseosos de ayuda y apoyo en !a maduración de su personalidad. Por otro lado, es evidente que la juventud está sometida a impulsos y condicionamientos negativos, fruto de visiones ideológicas diversas. El educador atento debe saber captar la condición juvenil concreta e intervenir con competencia segura y sabiduría clarividente.
7. En ello debe sentirse apremiado, iluminado y sostenido por la incomparable tradición educadora de la Iglesia.
La Iglesia, "experta en humanidad", consciente de que es el pueblo cuyo padre y educador es Dios, según explícita enseñanza de la Sagrada Escritura (cf. Dt 1, 31; 8, 5; 32, 10-12; Os 11, 1-4; ls 1, 3; Jer 3, 14-15; Prov 3, 11-12; Heb 12, 5-11; Ap 3, 19),la Iglesia —repito— "experta en humanidad" puede afirmar con todo derecho que es también "experta en educación". Lo atestigua la larga y gloriosa historia bimilenaria escrita por padres y familias, sacerdotes y seglares, hombres y mujeres, instituciones religiosas y movimientos eclesiales, que en el servicio de la educación han vivido su carisma de prolongar la educación divina, cuya cumbre es Cristo. Gracias a la labor de tantos educadores y Pastores, y de numerosas órdenes e institutos religiosos promotores de instituciones de inestimable valor humano y cultural, la historia de la Iglesia se identifica, en parte no pequeña, con la historia de la educación de los pueblos. Verdaderamente, para la Iglesia —como dijo el Concilio Vaticano II— interesarse por la educación es cumplir el "mandato recibido de su divino Fundador, a saber, anunciar a todos los hombres el misterio de la salvación e instaurar todas las cosas en Cristo" [12].
8Hablando de la labor de los religiosos y haciendo ver su espíritu emprendedor, el Papa Pablo VI, de venerable memoria, afirmaba que su apostolado "está frecuentemente marcado por una originalidad y una imaginación que suscitan admiración" [13]. En cuanto a San Juan Bosco, fundador de una gran familia espiritual, puede decirse que el rasgo peculiar de su creatividad se vincula a la praxis educadora que llamó "sistema preventivo". Este representa, en cierto modo, la síntesis de la sabiduría pedagógica y constituye el mensaje profético que legó a los suyos y a toda la Iglesia, y que ha merecido la atención y el reconocimiento de numerosos educadores y estudiosos de pedagogía.
La palabra "preventivo" que emplea, hay que tomarla, más que en su acepción lingüística estricta, en la riqueza de las características peculiares del arte de educar del Santo. Ante todo, es preciso recordar la voluntad de prevenir la aparición de experiencias negativas, que podrían comprometer las energías del joven u obligarle a largos y penosos esfuerzos de recuperación. No obstante, en dicha palabra se significan también, vividas con intensidad peculiar, intuiciones profundas, opciones precisas y criterios metodológicos concretos; por ejemplo: el arte de educar en positivo, proponiendo el bien en vivencias adecuadas y envolventes, capaces de atraer por su nobleza y hermosura, el arte de hacer que los jóvenes crezcan desde dentro, apoyándose en su libertad interior, venciendo condicionamientos y formalismos exteriores; el arte de ganar el corazón de los jóvenes, de modo que caminen con alegría y satisfacción hacia el bien, corrigiendo desviaciones y preparándose para el mañana por medio de una sólida formación de su carácter.
Como es obvio, tal mensaje pedagógico supone que el educador esté convencido de que en todo joven, por marginado o perdido que se encuentre, hay energías de bien que si se cultivan de modo pertinente, pueden llevarle a optar por la fe y la honradez.
Conviene, por tanto, detenerse a reflexionar brevemente en lo que, por resonancia providencial de la Palabra de Dios, constituye uno de los aspectos más característicos de la pedagogía del Santo.
9Hombre de actividad multiforme e incansable, Don Bosco ofrece, con su vida, la enseñanza más eficaz, tanto que ya sus contemporáneos lo vieron como educador eminente. Las pocas páginas que dedicó a presentar su experiencia pedagógica [14], cobran pleno significado únicamente si se leen dentro de la larga y rica experiencia que adquirió viviendo en medio de los jóvenes.
Para él, educar lleva consigo una actitud especial del educador y un conjunto de procedimientos, basados en convicciones de razón y de fe que guían la labor pedagógica. En el centro de su visión está la "caridad pastoral", que describe así: "La práctica de este sistema se basa totalmente en la idea de San Pablo: 'la caridad es benigna y paciente, todo lo sufre, todo lo espera y lo soporta todo'" [15]. Tal caridad pastoral inclina a amar al joven, sea cual fuere la situación en que se halla, con objeto de llevarlo a la plenitud de humanidad revelada en Cristo y darle la conciencia y posibilidad de vivir como ciudadano ejemplar en cuanto hijo de Dios. Tal caridad hace intuir y alimenta las energías que el Santo sintetiza en el ya célebre trinomio de la fórmula: "razón, religión y amor" [16].
10. El término "razón" destaca, según !a visión auténtica del humanismo cristiano, el valor de la persona, de la conciencia, de la naturaleza humana, de la cultura, del mundo del trabajo y del vivir social, o sea, el amplio cuadro de valores que es como el equipo que necesita el hombre en su vida familiar, civil y política. En la Encíclica Redemptor hominis recordé que "Jesucristo es el camino principal de la Iglesia; dicho camino lleva de Cristo al hombre" [17].
Es significativo señalar que ya hace más de un siglo Don Bosco daba mucha importancia a los aspectos humanos y a la condición histórica del individuo: a su libertad, a su preparación para la vida y para una profesión, a la asunción de las responsabilidades civiles en clima de alegría y de generoso servicio al prójimo. Formulaba tales objetivos con palabras incisivas y sencillas, tales como "alegría", "estudio", "piedad", "'cordura", "trabajo", "humanidad". Su ideal de educación se caracteriza por la moderación y el realismo. En su propuesta pedagógica hay una unión bien lograda entre permanencia de lo esencial y contingencia de lo histórico, entre lo tradicional y lo nuevo. El Santo ofrece a los jóvenes un programa sencillo y contemporáneamente serio, sintetizado en fórmula acertada y sugerente: ser ciudadano ejemplar, porque se es buen cristiano.
Resumiendo, la "razón", en la que Don Bosco cree como don de Dios y quehacer indeclinable del educador, señala los valores del bien, los objetivos que hay que alcanzar y los medios y modos que hay que emplear. La "razón" invita a los jóvenes a una relación de participación en los valores captados y compartidos. La define también como "racionalidad", por la cabida que debe tener la comprensión, el diálogo y la paciencia inalterable en que se realiza el nada fácil ejercicio de la racionalidad.
Por esto, evidentemente, supone hay la visión de una antropología actualizada y completa, libre de reducciones ideológicas. El educador moderno debe saber leer con atención los signos de los tiempos, a fin de individuar los valores emergentes que atraen a los jóvenes: la paz, la libertad, la justicia, la comunión y participación, la promoción de la mujer, la solidaridad, el desarrollo, las necesidades ecológicas.
11El segundo término —"religión"— indica que la pedagogía de Don Bosco es, por naturaleza, trascendente, en cuanto que el objetivo último de su educación es formar al creyente. Para él, el hombre formado y maduro es el ciudadano que tiene fe, pone en el centro de su vida el ideal del hombre nuevo proclamado por Jesucristo y testimonia sin respeto humano sus convicciones religiosas.
Así, pues, no se trata de una religión especulativa y abstracta, sino de una fe viva, insertada en la realidad, forjada de presencia y comunión, de escucha y docilidad a la gracia. Como solía decir, los "pilares del edificio de la educación" [18] son la Eucaristía y la Penitencia, la devoción a la Santísima Virgen, el amor a la Iglesia y a sus Pastores. Su educación es un itinerario de oración, de liturgia, de vida sacramental, de dirección espiritual: para algunos, respuesta a la vocación de consagración especial —¡cuántos sacerdotes y religiosos se formaron en las casas del Santo!—, y para todos, la perspectiva y el logro de la santidad.
Don Bosco es el sacerdote celoso que refiere siempre al fundamento revelado cuanto recibe, vive y da.
Este aspecto de trascendencia religiosa, base del método pedagógico de Don Bosco, no sólo puede aplicarse a todas las culturas; puede también adaptarse provechosamente a las religiones no cristianas.
12. En fin, desde el punto de vista metodológico, el "amor". Se trata de una actitud cotidiana, que no es simple amor humano ni sólo caridad sobrenatural. Denota una realidad compleja e implica disponibilidad, criterios sanos y comportamientos adecuados.
El amor se traduce a dedicación del educador como persona totalmente entregada al bien de los educandos, estando con ellos, dispuesta a afrontar sacrificios y fatigas por cumplir su misión. Ello requiere estar verdaderamente a disposición de los jóvenes, profunda concordancia de sentimientos y capacidad de diálogo. Es típica y sumamente iluminadora su expresión: "Aquí, con vosotros, me encuentro a gusto; mi vida es precisamente estar con vosotros" [19]. Con acertada intuición dice de modo explícito: Lo importante es "no sólo querer a los jóvenes, sino que se den cuenta de que son amados" [20].
El educador auténtico, pues, participa en la vida de los jóvenes, se interesa por sus problemas, procura entender cómo ven ellos las cosas, toma parte en sus actividades deportivas y culturales, en sus conversaciones; como amigo maduro y responsable, ofrece caminos y metas de bien, está pronto a intervenir para esclarecer problemas, indicar criterios y corregir con prudencia y amable firmeza valoraciones y comportamientos censurables. En tal clima de "presencia pedagógica" el educador no es visto como "superior", sino como "padre, hermano y amigo" [21].
En esta perspectiva, son muy importantes las relaciones personales. Don Bosco se complacía en utilizar el término "familiaridad" para definir cómo tenía que ser el trato entre educadores y jóvenes. Su larga experiencia le había llevado a la convicción de que sin familiaridad es imposible demostrar el amor, y que sin tal demostración no puede surgir la confianza, condición imprescindible para el buen resultado de la educación. El cuadro de objetivos, el programa y la orientación metodológicas sólo adquieren concreción y eficacia, si llevan el sello de un "espíritu de familia" transparente, o sea, si se viven en ambientes serenos, llenos de alegría y estimulantes.
A propósito de esto conviene recordar, por lo menos, el amplio espacio y dignidad que daba el Santo al aspecto recreativo, al deporte, a la música y al teatro o —como solía decir— al patio. Aquí, en la "espontaneidad y alegría de las relaciones, es donde el educador perspicaz encuentra modos concretos de intervención, tan rápidos en la expresión como eficaces por la continuidad y el clima de amistad en que se realizan [22]. El trato, para ser educativo, requiere interés continuo y profundo, que lleve a conocer personalmente a cada uno y, simultáneamente, los elementos de la condición cultural que es común a todos. Se trata de una inteligente y afectuosa atención a las aspiraciones, a los juicios de valor, a los condicionamientos, a las situaciones de vida, a los modelos ambientales, y a las tensiones, reivindicaciones y propuestas colectivas. Se trata de comprender la necesidad urgente de formar la conciencia y el sentido familiar, social y político, de madurar en el amor y en la visión cristiana de la sexualidad, de la capacidad crítica y de la conveniente ductilidad en el desarrollo de la edad y de la mentalidad, teniendo siempre muy claro que la juventud no es sólo momento de paso, sino tiempo real de gracia en que construir la personalidad.
También hoy, aunque el contexto cultural diverso y hasta con jóvenes de religión no cristiana, tal característica constituye uno de los muchos aspectos válidos y originales de la pedagogía de Don Bosco.
13. Quiero, pues, hacer ver que tales criterios pedagógicos no se refieren sólo al pasado: la figura de este Santo, amigo de los jóvenes, sigue atrayendo con su hechizo a la juventud de las culturas más diferentes en todas las partes de la tierra. Es cierto que su mensaje requiere aún ser profundizado, adaptado, renovado con inteligencia y valentía, precisamente porque han cambiado los contextos socio-culturales, eclesiales y pastorales; convendrá tener en cuenta las aperturas y los logros obtenidos en muchos campos, los signos de los tiempos y las indicaciones del Concilio Vaticano II. No obstante, la sustancia de su enseñanza permanece, y la peculiaridad de su espíritu, sus intuiciones, su estilo y su carisma no pierden valor, pues se inspiran en la pedagogía transcendente de Dios.
San Juan Bosco es también actual por otro motivo: enseña a integrar los valores permanentes de la tradición con las soluciones nuevas, para afrontar con creatividad las demandas y los problemas emergentes: en estos nuestros difíciles tiempos continúa siendo maestro, poniendo una educación nueva, contemporáneamente creativa y fiel.
"Don Bosco retorna", dice un canto tradicional de la familia salesiana. Manifiesta el deseo y la esperanza de "una vuelta de Don Bosco" y de "una vuelta a Don Bosco", para ser educadores capaces de una fidelidad antigua, pero atentos, como él, a las mil necesidades de los jóvenes de hoy, a fin de hallar en su herencia las premisas para responder también a sus dificultades y a sus expectativas.
III. Necesidad urgente de la educación cristiana hoy
14. La Iglesia se reconoce directamente interpelada por la demanda de la educación, porque es ahí donde se trata del hombre y "el hombre (es) el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión" [23]. Lo cual supone, evidentemente, verdadero amor de predilección a la juventud.
Ir a los jóvenes: tal es la primera y fundamental urgencia de la educación. "El Señor me ha enviado para los jóvenes". En esta aserción de San Juan Bosco descubrimos su opción apostólica de fondo, cuyo término son los jóvenes pobres, los de extracción popular, los más expuestos al peligro.
Es útil recordar las palabras admirables que Don Bosco decía a sus jóvenes y que constituyen la síntesis genuina de su opción de fondo: "Comprended que cuanto soy, lo soy totalmente para vosotros, día y noche, mañana y tarde, en cualquier momento. No tengo más preocupación que vuestro aprovechamiento moral, intelectual y físico" [24]. "Por vosotros estudio, por vosotros trabajo, para vosotros vivo y por vosotros estoy dispuesto incluso a dar mi vida" [25].
15. Juan Bosco llega a tan plena donación de sí mismo a los jóvenes, en medio de dificultades a veces extremas, gracias a una caridad singular e intensa, es decir, en virtud de una energía interior que une, de forma inseparable en él, amor a Dios y amor al prójimo. De esa manera logra una síntesis entre actividad evangelizadora y quehacer educador.
Su labor de evangelizar a los jóvenes no se limita a la catequesis, o a la liturgia, o a los actos religiosos que requieren ejercicio explícito de la fe y a ella conducen, sino que abarca todo el dilatado sector de la condición juvenil. Se coloca, pues, en el proceso de formación humana, consciente de las deficiencias, pero optimista en cuanto a la maduración progresiva y convencido de que la palabra del Evangelio debe sembrarse en la realidad del vivir cotidiano, a fin de lograr que los jóvenes se comprometan con generosidad en la vida. Dado que viven una edad peculiar para su educación, el mensaje salvífico del Evangelio los deberá sostener a lo largo del proceso de su educación, y la fe habrá de convertirse en elemento unificador e iluminante de su personalidad.
De ahí se siguen algunas orientaciones. El educador debe poseer una sensibilidad especial por los valores y las instituciones culturales, adquiriendo un conocimiento profundo de las ciencias humanas. De ese modo la competencia lograda será instrumento útil para llevar adelante un programa de evangelización eficaz. En segundo lugar, el educador tiene que seguir un itinerario pedagógico específico, que simultáneamente considera la dinámica evolutiva de las facultades humanas y suscita en los jóvenes las condiciones para una respuesta libre y gradual.
Procurará también ordenar todo el proceso de la educación a la finalidad religiosa de la salvación. Todo ello supone bastante más que insertar, en el camino de la educación, algunos momentos reservados a la instrucción religiosa y a la expresión cultural: lleva consigo la labor mucho más profunda de ayudar a que los educandos se abran a los valores absolutos e interpreten la vida y la historia desde la profundidad y las riquezas del misterio.
16Así, pues, el educador debe tener percepción clara del fin último, ya que en el arte de la educación los objetivos desempeñan un papel determinante. Su visión incompleta o errónea, o bien su olvido, es causa de unilateralidad o desvío, además de ser signo de incompetencia.
"La civilización contemporánea intenta imponer al hombre —dije en la UNESCO— una serie de imperativos aparentes, que sus portavoces justifican recurriendo al principio del desarrollo y del progreso. Así, por ejemplo, en lugar del respeto a la vida, el 'imperativo' de desembarazarse de ella y destruirla; en lugar del amor, que es comunión responsable de personas, el 'imperativo' del máximo de placer sexual, al margen de todo sentido de responsabilidad; en lugar de la primacía de la verdad en las acciones, la 'primacía' del comportamiento de moda, de lo subjetivo y del éxito inmediato" [26].
En la Iglesia y en el mundo la visión de una educación completa, según aparece encarnada en Juan Bosco, es una pedagogía realista de la santidad. Hay que recuperar el verdadero concepto de "santidad", en cuanto elemento de la vida de todo creyente. La originalidad y audacia de la propuesta de una "santidad juvenil" es intrínseca al arte educador de este gran Santo que con razón puede definirse como "maestro de espiritualidad juvenil". Su secreto personal estuvo en no decepcionar las aspiraciones profundas de los jóvenes —necesidad de vida, de amor, de expansión, de alegría, de libertad, de futuro— y simultáneamente en llevarlos gradual y realísticamente a comprobar que sólo en la "vida de gracia", es decir, en la amistad con Cristo, se alcanzan en plenitud los ideales más auténticos.
Tal educación exige hoy dotar a los jóvenes de una conciencia crítica, que sepa percibir los valores auténticos y desenmascarar las hegemonías ideológicas que, sirviéndose de los medios de comunicación social, subyugan la opinión pública y esclavizan las mentes.
17La educación, que según el método de San Juan Bosco favorece una original interacción entre evangelización y promoción humana, exige al corazón y a la mente del educador atenciones precisas: adquirir sensibilidad pedagógica, adoptar una actitud simultáneamente paterna y materna, esforzarse por evaluar cuanto acaece en el crecimiento del individuo y del grupo, según un proyecto de formación que una, con inteligencia y vigor, finalidad de la educación y voluntad de buscar los medios más idóneos para ella.
En la sociedad moderna los educadores deben prestar atención particular a los contenidos educativos históricamente más señalados, de carácter humano y social, que mejor enlazan con la gracia y las exigencias del Evangelio.
Quizá nunca como hoy, educar ha sido un imperativo simultáneamente vital y social, que lleva consigo toma de posición y voluntad decidida de formar personalidades maduras. Quizá nunca como hoy, el mundo ha necesitado individuos, familias y comunidades que hagan de la educación su razón de ser y se entreguen a ella como a finalidad primera, dedicándole todas sus energías y buscando colaboración y ayuda, a fin de experimentar y renovar con creatividad y sentido de responsabilidad nuevos procesos de educación. Ser educador hoy comporta una auténtica opción de vida, que debe reconocer y ayudar a cuantos tienen autoridad en las comunidades eclesiales y civiles.
18. La experiencia y la sabiduría pedagógica de la Iglesia reconoce un extraordinario significado educador a la familia, a la escuela, al trabajo y a las diversas formas de asociación y grupo. Es éste un tiempo en el que hay que relanzar las instituciones educativas y apelar al insustituible papel educador de la familia, que tuve ocasión de delinear en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio, pues continúa siendo determinante para el bien y, por desgracia, a veces también para el mal, la educación —o la falta de educación— familiar y, por otro lado, continúa siendo imprescindible formar a las nuevas generaciones para que asuman desde el ambiente familiar la responsabilidad de interpretar lo cotidiano según la enseñanza perenne del Evangelio, sin descuidar las exigencias de la renovación necesaria.
El puesto central de la familia en la educación es actualmente uno de los problemas sociales y morales más graves. "¿Qué hacer —recordé en la UNESCO— para que la educación del hombre se realice sobre todo en la familia...? Las causas del éxito o fracaso en la formación del hombre por su familia se sitúan siempre a la vez en el interior mismo, del núcleo fundamentalmente creativo de la cultura, que es la familia, y también a un nivel superior, el de la competencia del Estado y de los órganos" [27].
Al lado del papel educador de la familia hay que subrayar el de la escuela, capaz de abrir horizontes más dilatados y universales. Según la visión de Juan Bosco, la escuela, además de fomentar el desarrollo de la dimensión cultural, social y profesional de los jóvenes, debe proporcionarles una eficaz estructura de valores y principios morales. De no ser así, resultaría imposible vivir y actuar de modo coherente, positivo y honrado en una sociedad que se caracteriza por la tensión y las situaciones conflictivas.
Forma igualmente parte de la gran herencia educativa del Santo piamontés, su atención preferente al mundo del trabajo, para el que hay que preparar solícitamente a los jóvenes. Es algo de que hoy se siente gran necesidad, a pesar de las profundas transformaciones de la sociedad. Compartimos con Don Bosco su preocupación de dar a las nuevas generaciones adecuada competencia profesional y técnica, tal como han testimoniado meritoriamente, a lo largo de más de cien años, las escuelas de artes y oficios y los talleres dirigidos, con pericia digna de encomio, por los salesianos coadjutores. Compartimos su interés en favorecer una educación cada vez más incisiva en la responsabilidad social, basada en una mayor dignidad personal [28], a la que la fe cristiana no sólo da legitimidad, sino que además proporciona energías de potencia incalculable.
Por último, hay que señalar la importancia dada por el Santo a las formas de asociación y grupo, donde crecen y se desarrollan el dinamismo y la iniciativa juvenil. Animando múltiples actividades, creaba ambientes de vida, de buen empleo del tiempo libre, de apostolado, de estudio, de oración, de alegría, de juego y de cultura, en los que los jóvenes podían estar juntos y crecer. Los grandes cambios de nuestro tiempo respecto al siglo XIX no eximen al educador de revisar situaciones y condiciones de vida, y dar el espacio necesario al espíritu de creatividad típico de los jóvenes.
19. Si, por otra parte, consideramos las necesidades de la juventud actual y recordamos el mensaje profético de San Juan Bosco, amigo de los jóvenes, es imposible olvidar que por encima — mejor, dentro— de cualquier estructura de educación, son imprescindibles los típicos momentos educativos del coloquio y del trato personal: si se utilizan correctamente, son ocasiones de verdadera dirección espiritual. Es lo que hacía el Santo ejerciendo con eficacia particular el ministerio del sacramento de la reconciliación. En un mundo tan fragmentado y lleno de mensajes opuestos, es verdadero regalo pedagógico dar al joven la posibilidad de conocer y elaborar su proyecto de vida, en busca del tesoro de su vocación personal, del que depende todo el planteamiento de su vida. Sería incompleta la labor educadora de quien opinara que basta satisfacer las necesidades —obviamente legítimas— de la profesión, de la cultura y del honesto esparcimiento, y no propusiera dentro de ellos, como levadura, las metas que Cristo brindó al joven del Evangelio y por las que incluso midió el gozo de la vida eterna o el amargor de la posesión egoísta (cf. Mt 19, 21 s.).
El educador quiere y forma de verdad a los jóvenes, cuando les propone ideales de vida que los trasciende y acepta caminar con ellos en la fatigosa maduración cotidiana de su opción.
Conclusión
20. En esta memoria centenaria de San Juan Bosco, "padre y maestro de la juventud", es posible afirmar con convicción y seguridad que la divina Providencia os invita a todos, miembros de la gran familia salesiana, así como también a los padres de familia y educadores, a reconocer más y más la ineludible necesidad de formar a los jóvenes a asumir con nuevo entusiasmo sus obligaciones y a cumplirlas con la entrega iluminada y generosa del Santo. Con esta intensa preocupación que nace de la gravedad del problema, me dirijo especialmente, entre los educadores, a los presbíteros dedicados al ministerio pastoral: para ellos principalmente resulta un desafío la formación de los jóvenes. Estoy persuadido —y de ello son testimonio las reuniones que constantemente tengo con jóvenes durante mis viajes pastorales— de que se registran muchos afanes e iniciativas para dar a los jóvenes una educación cristiana integral; sin embargo, no hay que olvidar que sobre todo en nuestros días los jóvenes están expuestos a provocaciones y peligros que no se daban en otros tiempos: la droga, la violencia, el terrorismo, la degradación de muchos espectáculos televisivos y cinematográficos, la pornografía en los escritos y en las imágenes. Todo lo cual exige que, en la acción pastoral, tenga prioridad la atención a los jóvenes mediante métodos apropiados y con oportunas iniciativas. Las ideas e intuiciones de San Juan Bosco pueden sugerir a los sacerdotes adecuadas formas de actuación. La importancia de la cuestión exige que, tras maduro examen, se tome conciencia de ello, ya que sobre esto seremos juzgados por el Señor. Los jóvenes han de constituir la principal solicitud de los sacerdotes. De los jóvenes depende el futuro de la Iglesia y de la sociedad.
Conozco muy bien, beneméritos educadores, las dificultades que encontráis y los desengaños que a veces sufrís. No os desaniméis en el extraordinario camino de amor que es la educación. Que os conforte ver la inagotable paciencia de Dios en su pedagogía con la humanidad, ejercicio incesante de paternidad que se reveló en la misión de Cristo —Maestro y Pastor— y en la presencia del Espíritu Santo, enviado a transformar el mundo.
La oculta y poderosa eficacia del Espíritu se dirige a hacer que la humanidad madure según el modelo de Cristo. Es el animador del nacimiento del hombre nuevo y del mundo nuevo (cf. Rom 8, 4-5). Así vuestra labor de educar se presenta como ministerio de colaboración con Dios, que ciertamente será fecunda.
Vuestro y nuestro Santo solía decir que "la educación es cosa de corazón" [29] y que debemos "lograr que Dios entre en el corazón de los jóvenes, no sólo por la puerta de la Iglesia, sino también por la de la clase y el taller" [30]. Precisamente en el corazón del hombre es donde se hace presente el Espíritu de verdad, como consolador y transformador: penetra incesantemente en la historia del mundo por el corazón del hombre. Como escribí en la Encíclica Dominum et Vivificantem, también "el camino de la Iglesia pasa a través del corazón del hombre"; más aún, ella "es el corazón de la humanidad": "con su corazón, que abarca todos los corazones humanos, pide 'justicia, paz y gozo en el Espíritu', en el que, según San Pablo, consiste el reino de Dios"[31]. Con vuestro trabajo, queridísimos educadores, estáis realizando un exquisito ejercicio de maternidad eclesial [32].
Tened siempre ante vuestros ojos a María Santísima, la más excelsa colaboradora del Espíritu Santo, dócil a sus inspiraciones y, por ello, hecha Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. María continúa siendo, por los siglos, "una presencia materna, como indican las palabras de Cristo pronunciadas en la cruz: 'Mujer, ahí tienes a tu hijo; ahí tienes a tu madre" [33].
Que vuestros ojos miren siempre a la Santísima Virgen; escuchadla cuando dice: "Haced lo que os diga Jesús" (Jn 2, 5). Rezadle también, instándola a diario para que el Señor suscite constantemente almas generosas, que sepan decir que sí a la llamada vocacional.
A Ella os encomiendo y, con vosotros, encomiendo también a todo el mundo de los jóvenes, para que atraídos, animados y dirigidos por Ella, puedan conseguir, gracias a la mediación de vuestra labor educadora, la talla de hombres nuevos para un mundo nuevo: el mundo de Cristo, Maestro y Señor.
Nuestra bendición apostólica, prenda y anuncio de los bienes celestiales, así como testimonio de nuestra caridad, te conforte a ti y ayude y proteja a todos los miembros de la gran familia salesiana.
Roma, junto a San Pedro, 31 de enero, memoria de San Juan Bosco de 1988, año X de nuestro pontificado.

XXV Jornada Mundial del Enfermo 11 de febrero de 2017. Carta del Obispo

Jornada Mundial del Enfermo 
El Santo Padre, papa Francisco, nos convoca el día 11 de febrero, festividad de Ntra. Sra. de Lourdes a celebrar la XXV Jornada Mundial del Enfermo, bajo el lema: «El asombro ante las obras que Dios realiza: El Poderoso ha hecho grandes obras por mí’…» (L 1,49). En su Mensaje para este Año, con motivo de dicha Jornada, la considera a ésta, «ocasión para prestar especial atención a la situación de los enfermos y de todos los que sufren en general» y también, «una llamada dirigida a los que se entregan en su favor, comenzando por sus familiares, los agentes sanitarios y voluntarios, para que den gracias por la vocación que el Señor les ha dado
de acompañar a los hermanos enfermos».

Señalando que «además, esta celebración renueva en la Iglesia la fuerza espiritual para realizar de la mejor manera esa parte esencial de su misión que incluye el servicio a los últimos, a los enfermos, que los que sufren, a los excluidos y marginados». También yo deseo situarme como el Papa junto a la Gruta de Massabielle, ante la imagen de Ntra. Sra., «en la que el Poderoso ha hecho cosas grandes», deseo situarme en ese lugar privilegiado de oración y de gracia al que cada año peregrinamos la Diócesis de Orihuela-Alicante en la preciosa realidad que es nuestra Hospitalidad Diocesana de Lourdes, una gran familia de enfermos y voluntarios, procedentes de toda la geografía diocesana y que, heredera de un pasado fecundo, está creciendo estos años desde un renovado entusiasmo por la Virgen y nuestros enfermos. Espiritualmente desde allí y junto a ellos y los miembros de la Pastoral de la salud de la diócesis, sobre todo junto a María Inmaculada, expreso mi cercanía a todos los enfermos, a cuantos vivís la experiencia del dolor y el sufrimiento, así como a vuestras familias; expreso la gratitud más profunda hacia todos lo que habéis consagrado la vida a cuidar y a curar a los demás. 

¡Qué vocación tan hermosa la vuestra!: médicos, enfermeros, capellanes de Hospital, personal sanitario en general, junto a voluntarios y familiares. Que María os conceda a todos la gracia de amar a Dios y a los hermanos en la experiencia del dolor y la enfermedad. Como nos recuerda papa Francisco, en el Mensaje del que me hago eco, al igual que «santa Bernardette estamos bajo la mirada de María… Bernardette, pobre, analfabeta y enferma, se siente mirada por María como persona… después de haber estado en la Gruta y gracias a la oración, transforma su fragilidad en apoyo para los demás, gracias al amor se hace capaz de enriquecer a su prójimo y, sobre todo, de ofrecer su vida por la salvación de la humanidad». «Pidamos, pues, a la Inmaculada Concepción la gracia de saber ver siempre al enfermo como una persona que, ciertamente, necesita ayuda, a veces incluso para las cosas más básicas, pero que también lleva consigo un don que compartir con los demás».

 Con ocasión de la XXV Jornada Mundial del Enfermo, junto con el Santo Padre, deseo renovar la cercanía y valoración de nuestra Iglesia Diocesana a los médicos y enfermeros, a los voluntarios, capellanes de Hospitales y personas consagradas que sirven a los enfermos y hermanos en necesidad, a las Instituciones Civiles y servicios Diocesanos, a los miembros de la Pastoral de la Salud en nuestras Parroquias, a las familias que con amor, paciencia y abnegación cuidan a sus familiares enfermos. Sed signos de la ternura de Dios.

 Sentid que ocupáis un lugar de privilegio en la vida y acción de la Iglesia y en el corazón de Dios. También con ocasión de esta Jornada, además de enviaros un abrazo fraternal y mi oración, os recuerdo que tenemos en el Calendario Diocesano dos momentos que podéis sentirlos muy cercanos a todos vosotros y, por tanto, sentiros invitados a ellos: El Encuentro Diocesano de Pastoral de la Salud, que prepara el Secretariado Diocesano, el domingo 4 de junio, y la Peregrinación Diocesana a Lourdes, que organiza nuestra Hospitalidad, del 7 al 11 de julio. Mi oración constante por todos vosotros y mi bendición. X 

Jesús Murgui Soriano. Obispo de Orihuela-Alicante