El Carmelo era sin duda, el monte donde numerosos profetas rindieron
culto a Dios. Los principales fueron Elías y su discípulo Eliseo, pero
existían también diferentes personas que se retiraban en las cuevas de
la montaña para seguir una vida eremítica. Esta forma de oración, de
penitencia y de austeridad fue continuada siglos más tarde,
concretamente en el III y IV, por hombres cristianos que siguieron el
modelo de Jesucristo y que de alguna forma tuvieron al mismo Elías como
patrón situándose en el valle llamado Wadi-es-Siah.
A mediados del siglo XII, un grupo de devotos de Tierra Santa
procedentes de Occidente -algunos creen que venían de Italia-,
decidieron instalarse en el mismo valle que sus antecesores y escogieron
como patrona a la Virgen María. Allí construyeron la primera iglesia
dedicada a Santa María del Monte Carmelo. Desde su monasterio no
quisieron crear una nueva forma de culto mariano, ni tampoco, el título
de la advocación, respondía a una imagen en especial.
Quisieron vivir bajo los aspectos marianos que salían reflejados en los
textos evangélicos: maternidad divina, virginidad, inmaculada concepción
y anunciación. Estos devotos que decidieron vivir en comunidad bajo la
oración y la pobreza, fueron la cuna de la Orden de los Carmelitas, y su
devoción a la Virgen permitió que naciera una nueva advocación: Nuestra
Señora del Carmen.