Los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social hacen público el mensaje con motivo de la celebración de la festividad del Corpus Christi, Día de la Caridad. Esta jornada se celebra el próximo 18 de junio con el lema, “Llamados a ser comunidad”.
“Llamados a ser comunidad”
En la fiesta del Corpus Christi, los cristianos adoramos la presencia
real de Jesucristo muerto y resucitado por nuestra salvación bajo las
especies sacramentales del pan y del vino consagrados. En este día
acogemos la invitación de Cáritas a crecer como comunidad de hermanos y a
participar en la Eucaristía, sacramento de comunión con Dios y con
nuestros semejantes. De este modo, cuantos comemos de un mismo pan no
sólo somos invitados a formar un solo cuerpo, sino a crecer en la
espiritualidad de comunión que dé sentido y anime nuestro compromiso
social en favor de los que sufren.
Vivamos en comunión
Con el lema “Llamados a ser comunidad”, Cáritas nos invita en su
campaña institucional a poner el foco de atención en la dimensión
comunitaria de nuestro ser, como eje fundamental de nuestro hacer al
servicio del Reino de Dios y del proyecto de transformación social en el
que estamos empeñados en el ejercicio de la caridad.
El redescubrimiento de nuestro ser comunitario es el punto de partida
para superar nuestros intereses individuales, los comportamientos
autorreferenciales y colaborar con el Señor en la construcción de un
mundo en el que la experiencia del amor de Dios nos permita vivir la
comunión y construir una sociedad más justa y fraterna.
La comunidad, nos recuerda Cáritas,[1] es el ámbito donde podemos
acompañar y ser acompañados, donde podemos generar presencia, cercanía y
un estilo de vida donde el que el que sufre encuentre consuelo, el que
tiene sed descubra fuentes para saciarse y el que se siente excluido
experimente acogida y cariño. En la comunidad podemos responder al
mandato de Jesús, que nos mandó dar de comer al hambriento (Mc 6,37) y
podemos implicarnos en el desarrollo integral de los pobres, buscando
los medios adecuados para solucionar las causas estructurales de la
pobreza.[2]
Sólo así
podremos encontrar salidas a nuestra realidad social, más centrada en la
búsqueda de intereses egoístas, en la agresividad ideológica y en la
permanente descalificación del otro que en el descubrimiento de lo que
nos une y nos enriquece a pesar de las legítimas diferencias.[3]
Cultivemos la espiritualidad de comunión
Ahora bien, si queremos ser ámbito de comunión y constructores de
comunidad, necesitamos cultivar una verdadera espiritualidad de comunión
al estilo de aquellos primeros cristianos que vivían unidos y lo tenían
todo en común, porque eran asiduos en la enseñanza de los apóstoles y
en la fracción del pan[4].
San Juan Pablo II nos describía con gran profundidad las
características de esta espiritualidad de comunión, al comenzar el
presente milenio:
“Espiritualidad de comunión significa ante todo una mirada del corazón
hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha
de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a
nuestro lado”.
“Espiritualidad de comunión significa, además, capacidad de sentir al
hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto,
como “uno que me pertenece”, para saber compartir sus alegrías y sus
sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para
ofrecerle una verdadera y profunda amistad”.
“Espiritualidad de comunión es también capacidad de ver ante todo lo
que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de
Dios: un “don para mí”. Además de ser un don para el hermano que lo ha
recibido directamente”.[5]
Promovamos cauces para vivir la comunión con los que sufren
A la luz de este texto y con la mirada puesta en nuestra realidad
eclesial y social, queremos señalar algunas de las implicaciones que
demanda de todos nosotros una verdadera espiritualidad de comunión con
los que sufren:
- Comunión y dignidad humana
La espiritualidad de comunión nos exige descubrir nuestra identidad y
nuestra dignidad personal. Esta dignidad no se sustenta en factores
económicos, en razones étnicas, en cuotas de poder ni en fluctuantes
acuerdos humanos. Su fundamento radica en el misterio de la Trinidad que
nos habita y nos constituye como imagen suya. Somos seres nacidos de la
comunión y hechos para la comunión. Cuando eso falla, y este es uno de
los vacíos de la cultura actual, la cuestión social se convierte en una
cuestión antropológica[6] y el mayor problema no está sólo en la
pobreza, sino en la pérdida de la dignidad humana que se esconde detrás
de la pobreza y que afecta a quienes la sufren y a quienes la generan.
- Comunión y cuidado de la casa común
La espiritualidad de comunión nos sensibiliza sobre la importancia de
sentirnos solidarios con la realidad global de nuestro mundo, sabiendo
que el cuidado de nuestra vida, de las relaciones con la naturaleza y de
la casa común es inseparable de la justicia, la fraternidad y la
fidelidad a los demás.[7] En consecuencia, nos empuja a tener un corazón
abierto y universal para acoger a todos -especialmente a los
excluidos, los descartados, los migrantes, los refugiados- y para
integrarlos en nuestra comunidad haciéndolos partícipes de ella con
todos sus derechos y con todas sus potencialidades.
- Comunión y desarrollo humano integral
La espiritualidad de comunión nos lleva a vivir el servicio de la
caridad como un servicio al desarrollo humano integral. No estamos en el
mundo sólo para dar pan o para promover un simple desarrollo económico.
Como Jesús en el desierto, hemos de tener siempre presente que “no sólo
de pan vive el hombre” (Cfr Mt 4,4). Además de pan, necesitamos
“Palabra”, relación, comunicación, comunión y sentido. Necesitamos a
Dios y nos necesitamos unos a otros. Por eso, decimos que estamos al
servicio del desarrollo humano integral, para “promover a todos los
hombres y a todo el hombre”, como formuló el beato Pablo VI (PP n.14).
Precisamos un desarrollo que integre a todos los pueblos de la tierra,
que integre la dimensión individual y comunitaria, la dimensión corporal
y espiritual del ser humano, sin absolutizar al individuo ni
masificarlo, sin reducir el desarrollo al crecimiento económico y sin
excluir a Dios de la vida del hombre.[8]
- Comunión y compromiso transformador
La comunión con los que sufren a causa de la marginación y la exclusión
nos mueve a reaccionar ante las injusticias sabiendo que no es
suficiente atender a las víctimas. Es necesario incidir en el cambio de
las reglas de juego del sistema económico-social. Como dice el papa
Francisco, “imitar al buen samaritano no es suficiente […], es necesario
actuar antes de que el hombre se encuentre con los ladrones,
combatiendo las estructuras de pecado que producen ladrones y
víctimas”.[9] Y para esto no basta transformar las estructuras.
Necesitamos dejarnos afectar por los pobres y desde ellos transformar
también nuestros criterios y actitudes, nuestro modo de pensar y de
vivir.[10]
- Comunión y economía solidaria
Nos preocupa la sociedad centrada en el dios dinero y sentimos la
necesidad de seguir abriendo caminos a otra economía al servicio de la
persona que promueva al mismo tiempo la inclusión social de los pobres y
la consolidación de un trabajo decente como expresión de la dignidad
esencial de todo hombre o mujer[11]. Nuestras Cáritas tienen ya un
fecundo recorrido en este campo. Con ellas, “creemos que es un momento
propicio para revisar este camino y dejarnos confrontar e iluminar por
la fe y la doctrina social de la Iglesia de modo que, en la medida de
nuestras posibilidades, respondamos a la economía que mata promoviendo
otra que da vida”[12]. Como hemos manifestado en otras ocasiones, “la
reducción de las desigualdades […] no puede dejarse en manos de las
fuerzas ciegas del mercado. Es necesario dar paso a una economía de
comunión, a experiencias de economía social que favorezcan el acceso a
los bienes y a un reparto más justo de los recursos”.[13]
- Comunión y espiritualidad de ojos abiertos
Por último, la comunión con el Espíritu que movió a Jesús a hacer de su
vida una vida para los demás y una buena noticia para los pobres. Hoy
hemos de ser conscientes de que no toda espiritualidad sirve para el
compromiso caritativo y social. Lo ha dicho Francisco: “No sirven ni las
propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los
discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que
transforme el corazón”.[14] Lo hemos repetido nosotros en La Iglesia, servidora de los pobres (nn. 37-38).
Nuestra mística ha de ser una mística de ojos abiertos a Dios y a los
hermanos, no una mística sin nombre y sin rostro, como algunas de
moda.[15] Una mística buscadora de rostros, al estilo de Jesús, que se
adelanta a ver el rostro de los oprimidos, sale al encuentro de los que
sufren y es buena noticia para los pobres (Cfr Lc 4,16-19).
Conclusión
Desde este horizonte de posibilidades que nos ofrece la espiritualidad
de comunión, nos acercamos hoy al sacramento de la Eucaristía:
-Él es la fuente de nuestra comunión con Cristo y con los hermanos.
-En él nos acogemos y valoramos como miembros de un mismo cuerpo.
-Con él podemos hacer de nuestra vida una vida entregada por los otros.[16]
-Por él el Espíritu del crucificado resucitado se hace vivo entre nosotros.
Que la Eucaristía, cuerpo entregado y sangre derramada de Jesús para la
vida del mundo, nos ayude cada día a descubrir que el acercarnos a la
misma mesa para comer el pan eucarístico nos obliga a compartir el
proyecto de Dios de lograr una vida digna y un desarrollo humano
integral para todos.
Comisión Episcopal de Pastoral Social
Conferencia Episcopal Española